Huairapamushca, una versión libre de La Señorita
Julia del sueco August Strindberg y acoplada a la contemporaneidad muestra
un paradigma que por siglos ha terminado convirtiéndolo todo en tragedia: la
diferencia de clases.
UNO
Las botas, el símbolo del amo
omnipresente, imposible no imaginarse al patrón autoritario, inalcanzable e
injusto por excelencia. Gabriel el ‘Huasicama’
o mayordomo de la hacienda siempre retorna a su sitio para dejarlas brillando
como un espejo, aunque a leguas se nota que odia cada centímetro de ellas. Todo
sucede en la cocina -como lugar estratégico- donde están los indígenas y
preparan la comida de los que les quitaron sus tierras.
El patrón está de viaje, haciendo
negocios con la tierra de los indios, con sus manos y sus pies que mantienen la impronta del sufrimiento a pesar de que –
según unos pocos- las cosas ya han cambiado y los derechos campesinos ya han sido reivindicados.
Funge como un retrato, entre los
trastes viejos, los trapeadores, las goteras y la mesa en la que los sirvientes
solo se sientan cuando no está.
DOS
Esta versión libre de la obra La señorita Julia del sueco August
Strindberg, escrita en 1888 se desarrolla en una hacienda donde los vestigios
del concertaje y las diferencias sociales atraviesan las relaciones humanas y
terminan convirtiéndolas en tragedia. La narrativa es la misma, pero el
escenario es más nuestro. Huele a barro, suena a banda de pueblo y a la sangre
que corre por las venas de los mestizos que poblamos este territorio.
Aquella noche se celebra un
aniversario más de la Revolución Liberal. Los indígenas de la hacienda celebran
con la banda de pueblo. La niña Mercedes- la hija del hacendado- se contagia de la algarabía, se embriaga con el mejor
licor de la bodega. Allí mismo, está Gabriel, el hijo de Hortensia (la sirvienta)
quien por nostalgia a la sangre de sus antepasados no abandona el sufrimiento,
ni la desdicha de servir en su propia tierra.
TRES
La niña Mercedes, convencida de
su posición – gracias a la fortuna de su padre- seduce al Huairapamushca, le
ordena que la toque, que se embriague
con ella y por ella. El deseo juega con la mente del joven. Es que tocar a la
hija del patrón es prácticamente un pecado. Pero ¿Qué pecado no produce
tentación?
Sobre todo la lujuria. El aroma
de mujer y no el de sudor, ni el de la tierra como el que está acostumbrado. Se embriaga con el detalle de los cabellos,
con la insinuante mirada de la ‘niña’. Se contiene y se desata, sus manos
prefieren apretar el cepillo de lustrar botas para no apretar los senos de Mercedes. La niña que creció bajo el cuidado
de Hortensia y se robó los cuidados que le pertenecían. Gabriel es primero el sirviente y después el hijo.
Los personajes de Mercedes y
Gabriel son interpretados por Nadine Muñoz y Alexis Remache. Una interpretación
realista desde el lenguaje hasta el momento mismo de las confrontaciones, las
dudas y el descenso hacia el amor – lujuria.
Es que el amor es un descenso,
sobre todo cuando está atravesado del caos que producen las diferencias que
solo algunos las ven – generalmente los implicados- . Es un descenso hacia la
muerte y la contradicción propia del ser humano.
CUATRO
Aquí existen dos poderes: el que
otorga el dinero y el que otorga la anatomía. Mercedes podrá ser todo lo
patrona que quiera, pero es una mujer. Después del encuentro en el lecho se
doblega, le ruega amor al ‘huasicama’. Un poco de ternura no estaría mal
después de haber cruzado la frontera casi inquebrantable impuesta por la
hacienda.
En cada encuentro, existe un
desencuentro. Él, reprochando la feminidad de Mercedes y su posesión como cosa
comprada y ella, defendiéndose desde su título por nacer en una cuna diferente.
A pesar de que Gabriel sueña con ella desde niño, y la cuida incluso de sí
misma defiende sus derechos sobre el cuerpo de ella, porque aunque indio el
sigue siendo hombre.
CINCO
El útero de Mercedes-
probablemente en encargo- se convierte en el símbolo de la reivindicación del
hijo del viento. Es entonces la efigie de la conquista de los conquistados, una
victoria íntima la más grande que todas.
Quizá el hijo de aquella noche
sea quien unifique lo que por siglos estuvo distanciado. El resentimiento de
Gabriel por la sangre de sus antepasados, por la mirada cansada de su madre,
por tener que lustrar las mismas botas todos los días, se refleja tras la
posesión de todo lo inalcanzable. La hipótesis
de la maternidad puede resultar una salida menos violenta a las consecuencias
del caos, algo por lo que valdría la pena luchar.
SEIS
Hortensia, interpretada por Paty
Loor, tiene el sufrimiento materno en la mirada. Obedece a cada orden de la
niña y de su patrón. Llora con cada palabra de dolor de su descendencia e
implora el perdón de sus antepasados; los que están enterrados bajo el piso que
limpia todos los días.
Llora la noche del caos y sus
consecuencias. Como siempre, termina limpiando el desorden que los otros
provocan, trapea la sangre de la virginidad y la dignidad de las mujeres. La consuela
el espectro de la muerte y la esperanza de encontrarse con los taitas y las
mamas que le antecedieron en el sufrimiento de la servidumbre.
Con caminar pausado y firme
continúa a pesar de las heridas del trabajo. Se levanta con el alba para seguir
limpiando el desastre de los otros.
SIETE
Nunca habla, pero se desplaza por
todos lados. La abuela interpretada por Sonia Lemos, consuela a las mujeres de la casa con una mística omnipresencia. También llora las consecuencias del caos, del amor consumado en la
clandestinidad de las desigualdades. La imagen de los antepasados – indios o
mestizos- tararea “… yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados, en
el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro…”
Arrastra los pies del cansancio
acumulado de varios siglos, pero abraza el sufrimiento de los que quedan.
OCHO
Es preciso huir de aquel barranco
de ideologías caducas, es preciso volver a empezar. Con el enfado que provoca
la desigualdad, las escenas resultan un vaivén de colores y oscuridades que nos
inmiscuyen en el caos de la noche que albergó un amor - como casi todos- terminado en tragedia. Una puesta en escena muy bien cuidada, cada detalle con el significado preciso, acompañado de la interpretación prolija y verosímil que obliga a cuestionarse ¿Es que no hemos evolucionado a una sociedad más igualitaria, después de tanto sufrimiento?
De seguro ese fue el cuestionamiento que motivó a Iván Morales- director de la obra- para mostrar esta historia llena de memoria.
Texto: Daniela Moina Armas
Fotos: Cortesía Horus Photography (Marco Gaete Quelal).
De seguro ese fue el cuestionamiento que motivó a Iván Morales- director de la obra- para mostrar esta historia llena de memoria.
Texto: Daniela Moina Armas
Fotos: Cortesía Horus Photography (Marco Gaete Quelal).