viernes, 21 de noviembre de 2014

El hijo del viento y el amor en una noche de caos



Huairapamushca, una versión libre de La Señorita Julia del sueco August Strindberg y acoplada a la contemporaneidad muestra un paradigma que por siglos ha terminado convirtiéndolo todo en tragedia: la diferencia de clases.

UNO
Las botas, el símbolo del amo omnipresente, imposible no imaginarse al patrón autoritario, inalcanzable e injusto por excelencia.  Gabriel el ‘Huasicama’ o mayordomo de la hacienda siempre retorna a su sitio para dejarlas brillando como un espejo, aunque a leguas se nota que odia cada centímetro de ellas. Todo sucede en la cocina -como lugar estratégico- donde están los indígenas y preparan la comida de los que les quitaron sus tierras.
El patrón está de viaje, haciendo negocios con la tierra de los indios, con sus manos y sus pies que mantienen la impronta del sufrimiento  a pesar de que – según unos pocos- las cosas ya han cambiado y los derechos campesinos ya han sido reivindicados.
Funge como un retrato, entre los trastes viejos, los trapeadores, las goteras y la mesa en la que los sirvientes solo se sientan cuando no está.


DOS
Esta versión libre de la obra La señorita Julia del sueco August Strindberg, escrita en 1888 se desarrolla en una hacienda donde los vestigios del concertaje y las diferencias sociales atraviesan las relaciones humanas y terminan convirtiéndolas en tragedia. La narrativa es la misma, pero el escenario es más nuestro. Huele a barro, suena a banda de pueblo y a la sangre que corre por las venas de los mestizos que poblamos este territorio.
Aquella noche se celebra un aniversario más de la Revolución Liberal. Los indígenas de la hacienda celebran con la banda de pueblo. La niña Mercedes- la hija del hacendado- se contagia  de la algarabía, se embriaga con el mejor licor de la bodega. Allí mismo, está Gabriel, el hijo de Hortensia (la sirvienta) quien por nostalgia a la sangre de sus antepasados no abandona el sufrimiento, ni la desdicha de servir en su propia tierra.


TRES
La niña Mercedes, convencida de su posición – gracias a la fortuna de su padre- seduce al Huairapamushca, le ordena que la toque,  que se embriague con ella y por ella. El deseo juega con la mente del joven. Es que tocar a la hija del patrón es prácticamente un pecado. Pero ¿Qué pecado no produce tentación?
Sobre todo la lujuria. El aroma de mujer y no el de sudor, ni el de la tierra como el que está acostumbrado.  Se embriaga con el detalle de los cabellos, con la insinuante mirada de la ‘niña’. Se contiene y se desata, sus manos prefieren apretar el cepillo de lustrar botas para no apretar los senos de  Mercedes. La niña que creció bajo el cuidado de Hortensia y se robó los cuidados que le pertenecían. Gabriel es primero el sirviente y después el hijo.
Los personajes de Mercedes y Gabriel son interpretados por Nadine Muñoz y Alexis Remache. Una interpretación realista desde el lenguaje hasta el momento mismo de las confrontaciones, las dudas y el descenso hacia el amor – lujuria.
Es que el amor es un descenso, sobre todo cuando está atravesado del caos que producen las diferencias que solo algunos las ven – generalmente los implicados- . Es un descenso hacia la muerte y la contradicción propia del ser humano.

CUATRO
Aquí existen dos poderes: el que otorga el dinero y el que otorga la anatomía. Mercedes podrá ser todo lo patrona que quiera, pero es una mujer. Después del encuentro en el lecho se doblega, le ruega amor al ‘huasicama’. Un poco de ternura no estaría mal después de haber cruzado la frontera casi inquebrantable impuesta por la hacienda.
En cada encuentro, existe un desencuentro. Él, reprochando la feminidad de Mercedes y su posesión como cosa comprada y ella, defendiéndose desde su título por nacer en una cuna diferente. A pesar de que Gabriel sueña con ella desde niño, y la cuida incluso de sí misma defiende sus derechos sobre el cuerpo de ella, porque aunque indio el sigue siendo hombre.

CINCO
El útero de Mercedes- probablemente en encargo- se convierte en el símbolo de la reivindicación del hijo del viento. Es entonces la efigie de la conquista de los conquistados, una victoria íntima la más grande que todas.
Quizá el hijo de aquella noche sea quien unifique lo que por siglos estuvo distanciado. El resentimiento de Gabriel por la sangre de sus antepasados, por la mirada cansada de su madre, por tener que lustrar las mismas botas todos los días, se refleja tras la posesión de todo lo inalcanzable.  La hipótesis de la maternidad puede resultar una salida menos violenta a las consecuencias del caos, algo por lo que valdría la pena luchar.

SEIS
Hortensia, interpretada por Paty Loor, tiene el sufrimiento materno en la mirada. Obedece a cada orden de la niña y de su patrón. Llora con cada palabra de dolor de su descendencia e implora el perdón de sus antepasados; los que están enterrados bajo el piso que limpia todos los días.
Llora la noche del caos y sus consecuencias. Como siempre, termina limpiando el desorden que los otros provocan, trapea la sangre de la virginidad y la dignidad de las mujeres. La consuela el espectro de la muerte y la esperanza de encontrarse con los taitas y las mamas que le antecedieron en el sufrimiento de la servidumbre.
Con caminar pausado y firme continúa a pesar de las heridas del trabajo. Se levanta con el alba para seguir limpiando el desastre de los otros.


SIETE
Nunca habla, pero se desplaza por todos lados. La abuela interpretada por Sonia Lemos, consuela a las mujeres de la casa con una mística omnipresencia. También llora las consecuencias del caos, del amor consumado en la clandestinidad de las desigualdades. La imagen de los antepasados – indios o mestizos- tararea “… yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro…”
Arrastra los pies del cansancio acumulado de varios siglos, pero abraza el sufrimiento de los que quedan.

OCHO
Es preciso huir de aquel barranco de ideologías caducas, es preciso volver a empezar. Con el enfado que provoca la desigualdad, las escenas resultan un vaivén de colores y oscuridades que nos inmiscuyen en el caos de la noche que albergó un amor - como casi todos- terminado en tragedia. Una puesta en escena muy bien cuidada, cada detalle con el significado preciso, acompañado de la interpretación prolija y verosímil que obliga a cuestionarse ¿Es que no hemos evolucionado a una sociedad más igualitaria, después de tanto sufrimiento?
De seguro ese fue el cuestionamiento que motivó a Iván Morales- director de la obra- para mostrar esta historia llena de memoria.



Texto: Daniela Moina Armas
Fotos: Cortesía Horus Photography (Marco Gaete Quelal).